lunes, 18 de mayo de 2015

POLO LOPEZ PARTIO A SAMARKÚNDÁ



El sábado pasado estaba a la mesa con su familia, sus dolencias estaban en el recuerdo, pero su corazón, que siempre fue grande, inmenso; le avisó que era el momento de partir. Lo llevaron al hospital de inmediato, pero en un crucero  decidió bajarse, vio la luz y comenzó a caminar, al terminar el túnel encontró el letrero que siempre buscó: “Saamarkündá”, sonrió y siguió caminando hacia el “autor, motor y sostén de todo, al que siempre está aún cuando lo demás se extingue, a Dios Nuestro Señor”.

Polo López fue lo que admiró de otras personas, explorador, visionario, inspirador de ilusiones y aventuras, ejemplo de amistad y entusiasta impulsor de los sueños de otros… y lo seguirá siendo; solo que ahora desde las civilizaciones que están más allá de lo visible, de las Saamarkündá que siempre lo han acompañado, desde el paraíso que está bajo tierra, en el cielo… en el más allá, el abrió desde hace mucho Las Puertas de la Percepción y en este momento ya están ante su nuevo escritorio, lleno de proyectos, ilusiones, fotografías, recuerdos.

Afuera de su nueva oficina alguien colocó un letrero:  “Se escuchan  y comparten sueños, abierto las 24 horas del día, todo el año”.

Estuvo enfermo y regresó al trabajo con el mismo entusiasmo, era doctor en Ciencias Humanas, el más acertado de los títulos académicos, su oficina estaba en la calle, en las universidades, en los centros culturales, en los estadios, en los teatros al aire libre, en los patios de las escuelas, su oficio principal era el del escucha solidario que se comprometía de inmediato con los proyectos de los ciudadanos que lo buscaban y lo seguirán buscando, para platicar con él con la sonrisa que da la esperanza de una Laguna mejor, más justa, más solidaria, en paz.

Seguramente el fin de semana  John Lennon hizo a un lado su agenda entre las nubes y cantó con él “Imagina”, al terminar se sentó a la mesa con él y le dijo: “muy bien Polo, cuéntame de ese mundo subterráneo, surrealista, atávico, donde pudieran vivir Julio Verne y André Bretón, háblame de Samaarkündá compañero, ¿cómo es ese mundo que ha permanecido oculto hasta hoy?” .

Polo nació del sol y a él regresó, el Festival que ayudó a inventar debe llevar su nombre; lo recuerdo en medio de las personas que acudieron a la clausura de la más reciente edición, saludaba a todos y al astro, agradecido, contento por la labor realizada con alegría y entusiasmo, así era  Leopoldo Javier López Rodríguez, un lagunero que como muchos otros, decidió nacer en otra parte, un buen hombre de sonrisa fácil y franca que era bienvenido en todas las partes a donde iba.





Su corazón y capacidad de trabajo fueron tan grandes que su hoja de vida es inmensa y tan variada que quien la lee piensa que es la vida de muchas personas que se llaman igual: Polo López; gerente corporativo de Desarrollo Comunitario, Comunicación y Administración del Capital Intelectual en Industrias Peñoles es el más reciente, pero su curiosidad y ritmo de trabajo le habían llevado antes a un montón de trabajos diversos e interesantes para una persona que nunca estuvo quieta y que se fue a buscar nuevos horizontes muy joven, deja a su  esposa e hijo y a todos los que le conocimos, tristes, muy tristes por su partida, pero al mismo tiempo sonreímos al hacer cuentas y descubrimos, una vez más, que, como él dijo cuando habló  del 50 aniversario del Tec Laguna a principios de este año:  todas las cifras coinciden y apuntan al mismo sitio lleno de luz y música: la luz que siempre imaginó y que ahora alcanzó, ya nos contará como fue el camino a Saamarkündá, como fue su encuentro con un mundo subterráneo.

La dedicatoria de su libro para un servidor lo plasma perfectamente: “Para mi amigo Ángel Reyna con el deseo de que esta aventura encuentre en su imaginación y asombro un campo fértil para que él acompañe a todos estos exploradores a recorrer las maravillas de nuestro mundo subterráneo”.

Finalmente las palabras de una compañera de trabajo de Polo, Cristina Matouk, directora del Museo de los Metales:  “Leopoldo Javier López Rodríguez, Polo. Un hombre bueno, amable, creativo y generoso. Sus grandes  amores su esposa Ana y sus hijos Santiago y Juan Pablo. Siempre ávido de aprender y capaz de seguir asombrándose. Positivo en su perspectiva, con una enorme esperanza en la humanidad. Observador y comprensivo. Tengo presente muchas pláticas con él, pero de forma especial dos: la primera y la última. Su esencia  la mantuvo a través del tiempo: era un hombre de esperanza, con una nobleza que proyectaba en su sonrisa y en sus acciones”.

¡Hasta pronto Polo!