Cuando llegué ya estabas dormida. Te rodeaban Pepe, Magda y
Chayo, también vi a Víctor, Mari y tus nietos Israel con su familia y Magaly con Rodolfo, poco
después regresaron Rosy, Edith y las demás señoras de la Reforma, fueron a
despedirte porque habías iniciado el viaje del que no se regresa, te fuiste con
puntualidad al banquete que no tiene final.
Desde hace mucho estaba escrito que tu gran corazón iba a
ser el motor para viajar por la ruta hacia el sol, a la luz donde saludaste el
mismo día a tus papás Pedro y Patro que te abrazaron para agradecerte todo lo
que hiciste por ellos, por tus hermanos y hermanas, por todos nosotros.
Te vi serena, bonita, por fin en calma, ya no tenías prisa
por ir a la capilla a barrer y trapear, encaminarte para ir a la escuela por Magaly
niña, ir al mercado, o encaminarte a la calle nueve para atender a mi tía Lola.
Fue raro verte así, tranquila, en paz. Estaba amaneciendo en la montaña y no
habías salido de prisa para ir a misa, aunque sí traías el rosario en tus manos.
Supe que te fuiste en paz, ya me había contado todo Magaly por
teléfono, que te quedaste dormida en manos del Padre y al llegar recordé tantas
cosas, cuando de niño te vi regresar a la casa con aquellos botes de comida para
tus hijos, cuando cenábamos galletas de animalitos con chocolate, o cuando nos
sentábamos en el escalón de la puerta en casa de mi tía Lola y mi tío Indalecio
para esperar al panadero con su cesta llena de pan francés que cenábamos con café
en la cocina al final del pasillo lleno de macetas.
También me acordé de las tardes que íbamos a la estación en Ciudad Juárez para ver llegar al tren de pasajeros, o las noches cuando
nos dejabas salir a la banqueta de la colonia Moctezuma para ver pasar al señor
que hacía sonar el silbato de su carrito de camotes. Cuando íbamos los domingos a Chapultepec para escuchar a la orquesta típica de Tata Nacho, o a la Villa de
Guadalupe donde comíamos ensalada de nopalitos.
Me enseñaste tantas cosas buenas y estuviste conmigo en
tantas aventuras, viajes, experiencias; como dijo después la señora Rosy, fuiste
una luchadora incansable, solo tu gran
corazón te detuvo al final, lo hizo para que escucharas a tus amigas hablar de
tu bondad, te agradecieron por tu generosidad, en una mañana fría y con un
aire polar se despidieron de ti delante de la frase de San Ignacio de Loyola
que habla claro, sencillo y con humildad sobre el hecho de que estamos
prestados en esta tierra y que regresamos a ti, que eres el dueño de todo.
Tengo años diciendo adíos a los amigos, a personas que
conocí poco, o nada, a vecinos distantes y próximos y ahora que te vi dormida,
tranquila, llena de serenidad, escribo mas lento que nunca. Luego de asistir a la
fiesta de tu partida, se que asistí al principio de tu vida, al brindis con
refresco en presencia de tus amistades y familia, estoy contento porque así
como todo se paga en esta vida, también todo se reconoce, tuviste una vida que
es ejemplo para muchos, lo diste todo y no pediste, nunca, nada a cambio.
Ahora duermes en la bendita tierra hidalguense que te recibió
sonriente y yo regreso al desierto, a barrer mi jardín invernal que muere y da
vida todos los días, limpio de hojas secas la bugambilia que se aferra al muro,
veo los geranios y recuerdo que me faltan tus flores, los alcatraces que te
siguieron siempre por las calles de pasto en Huauchinango, y en el jardín de tu
casa en Pachuca; las hermosas flores que se fueron contigo de regreso a la cama de
tierra.
Mamá, Coquito, te extrañaré cada vez que recuerde tus alcatraces
en este páramo soleado.
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